martes, 4 de septiembre de 2012

Viaje


Viaje


Aquél viernes aburrido en la ciudad de Linares (así como todos los días de la semana en esta
 ciudad) por la mañana había tenido inconvenientes con el preuniversitario al que asistía, así 
que debía recuperar las clases por la tarde. Como había saltado las 3 clases de ciencias, para
 recuperarlas tuve que sacrificar el ver el partido de Chile, que ese día jugaba su segundo partido
 en la copa América, ya que al final saldría de clases a las 20:20 horas, una media hora después del
 final del partido. 
Luego de clases, era volver a casa por el camino de siempre… aquella alameda desolada por el 
despiadado otoño que nos azotaba con sus bajas temperaturas… aunque ese viernes fue el día 
más frío que jamás haya sentido antes… Como siempre salí del preuniversitario escuchando
 música, sin hablar con nadie… no tengo muchas personas con quien hablar ahí (ya que no conozco a
 nadie y soy malo relacionándome con las demás personas) así que todo marchaba como siempre… 
salía de aquel sitio con la sensación de soledad para entrar de nuevo en el camino por la alameda.  

Ese día, la alameda se veía especialmente fúnebre… aun siendo de noche, unas nubes teñidas 
de un sutil tono rojo le daban un toque nostálgico, y al mismo tiempo, un poco tenebroso al lugar. 
El viento soplaba y hacía crujir las ramas mientras chocaban unas con otras en las copas de los
 árboles, que apenas podía divisar por la espesa neblina que me rodeaba. “Un día común de otoño”, 
pensé para mi, mirando la hora como usualmente suelo hacer. 20:33 pm. 

Recuerdo que el camino a casa se me hizo eterno… luego de cruzar la primera calle de la alameda, 
sentí un tremendo dolor de cabeza me tuvo bastante adolorido, y un poco mareado, y por alguna razón
 me dolían también las piernas. “No estoy tan viejo como pa’ que me haya llegado el viejazo” pensé
 en voz alta. El frío cada vez se hacía más intenso, al punto de no sentir mis manos y mis pies…
 Seguí caminando apresuradamente, sin percatarme de que ya poco podía ver por culpa de la niebla. 
Sólo era capaz de ver las luces de los autos mientras pasaban, inusualmente sileciosos. En ese 
momento decidí fumarme un cigarro, por lo que me senté en una banca (por mucho frío que hiciera,
 el vicio era aún más fuerte), cuando… intentando divisar a través de la niebla, vi pasar lentamente 
algunas siluetas de personas caminando que iban y desaparecían constantemente. 

Sentía que el frío se hacía cada vez más intenso, al punto de ya no sentir ninguna parte de mi
 cuerpo. Aun así, fumé mi cigarro tranquilamente, escuchando el ladrido de los perros, y el 
murmullo de la ciudad por la noche. Al terminarlo, boté el cigarro al piso, poniéndome en marcha 
de nuevo, solo que esta vez me sentía más ligero que antes… Obviamente era el efecto del 
cigarro, o eso fue lo que pensé. Algo andaba mal, pues apenas podía escuchar los pasos que 
usualmente en el piso de la alameda eran bastante ruidosos, y podía escuchar a medida que caminaba, 
un murmullo de gente la cual no veía. Ahí fue cuando todo empeoró. 
Una corriente de viento hizo sonar aún con más fuerza las ramas de los árboles, miré hacia arriba por
 instinto, cuando bajé la mirada, súbitamente apareció frente a mí una mujer anciana, que por alguna 
razón se veía triste. “Tú no eres de aquí, debes volver a tu casa, antes que se haga más tarde.” Lo
 que me dijo me hizo enojar, no iba a permitir que nadie me dijera a mi edad las cosas que debía
 hacer, pero aquella expresión de tristeza que tenía, me frenó de decirle cualquier cosa impulsiva.
 “Muchas gracias por preocuparse por mí, señorita, usted también debería volver, está haciendo mucho
 frío”, le dije. “Tengo cosas que hacer antes de irme, aunque no sé muy bien cómo hacerlo. Bueno, 
ojalá despierte bien, me voy yendo.” La anciana empezó a alejarse de mí, mientras que yo no 
sabía que responder, pensando en que la señora estaba un poco senil, y que no era eso lo
 que quería decir. Seguí caminando pues, pensando en esto, con la sensación de que al pasar ese
 día por la alameda, había estado caminando por un Linares distinto. Un Linares más vacío… más
 frío… más triste. El murmullo de la gente se hacía más fuerte, y era como si viniese de todas 
partes. Me empecé a desesperar, ya que no veía a nadie, además de eso, mi dolor de cabeza seguía
 empeorando, y lo único que se me ocurrió, fue poner música en mi celular. 20:33 pm marcaba el
reloj por encima del reproductor de música de mi Nokia. No había pasado ni un minuto desde que
 había entrado a la alameda. Un fuerte dolor en el pecho que se extendió por todo mi cuerpo, una
 sensación angustiante me tenía congelado ahí donde estaba parado, mirando la hora… 

Comencé a correr de la nada hacia mi casa, con los ojos entrecerrados, y cantando para poder
 distraerme un poco, pero cada vez que avanzaba me sentía muy nervioso. Las únicas luces que
 se veían en el camino, eran las de los faroles. Pero ninguna casa, a pesar de ser temprano, tenía
 las luces prendidas. Ningún auto pasaba por la calle donde me encontraba. Aunque podía ver 
algunas luces cuando miraba hacia atrás. Los perros que usualmente eran amistosos conmigo, ladraban
 frenéticamente cuando yo pasaba… No quería pensar lo peor, además era muy estúpido creer que
 estaba siendo parte de una de tantas historias de terror de las que se han sabido. Aun así, el hombre 
está condenado a temer a lo desconocido, y fue la primera vez que sentí tanto miedo, tanta soledad, 
desesperación y frío. 
Tenía la esperanza de encontrar a alguien en mi casa, pero fue la misma cosa. Cuando quise sacar 
las llaves para abrir, no fui capaz de encontrarlas. No tenía más remedio que seguir vagando, por más
 cliché que sonara aquello. 
Cada paso que daba, mi cabeza me dolía mucho más que antes, y más mareado me sentía. 
Pronto perdería las fuerzas para caminar, quizás, también podría desmayarme. Así que caminé
 de vuelta a la alameda. No tenía dónde más ir, además, fue lo primero que se me ocurrió. Al llegar
 a la alameda, todo se empezó a ver borroso. 
Las múltiples siluetas que antes había visto, ahora eran mares de gente. No fui capaz de divisar
 mucho, puesto que mi visión era borrosa… pero me pude percatar que las siluetas no parecían 
caminar… sino, más bien, desplazarse. 
Confundido, adolorido, mareado, y sin fuerzas, caminaba en zig-zag por la alameda de Linares, 
hasta que finalmente, me desplomé en el piso, desmayado, pero de un momento a otro, me 
despertó un sollozo. Era la misma anciana que antes me había encontrado, que lloraba 
desolada. “Tranquilícese, señora…” –atiné a decir-“¿qué es lo que pasa?”. Mientras
 pronunciaba esas palabras, una multitud oculta en la oscuridad me veía con ojos brillantes, con
 tristeza. Sentí que nada en ese Linares donde había despertado, era igual al Linares donde 
siempre había vivido. Esto pensaba cuando la anciana me respondió: 
“Tan joven… y vino a parar a La Alameda…” -dijo entre sollozos, mientras apuntaba a la calle-. Dirigí 
mi mirada hacia allá, y una ambulancia estaba estacionada, y en frente de ella, una multitud
 de gente silenciosa, que parecía sacar fotos, de algo que hubiese preferido jamás ver. Mientras 
me acercaba, la gente se veía más pálida, un tanto difuminada… Pero aun así pude ver claramente 
mi cuerpo tendido en el suelo, sobre un manchón gigantesco de sangre… varios huesos rotos, 
y una abertura en la cabeza como jamás había visto una. 
Me hubiese gustado decirle a mi abuela cuanto la quiero una vez más, haber hecho las paces con 
mis padres, y tener una mejor relación con mis hermanos… Haber sido más cercano a mis amigos… 
Y muchas otras cosas… pero… supongo, que dentro de mucho tiempo, o quizás poco, lo que el
 destino quiera, será la oportunidad de pedir perdón, hacer las paces, e irme en paz, hacia donde
 fuera, que cuando morimos, nos vamos… 

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